martes, 22 de julio de 2014

Interbalnearia parte IV

Estaba finalmente en Mar del Plata, la ciudad en la que había vivido 10 años dejando parte de mi familia, de mis amigos, y de migo mismo. Pero no era como las innumerables veces que fui de visita desde que me volví, esta vez estaba en moto, y pensaba disfrutar al máximo ese poder de sentarme en la Morocha y llegar a cuaquiera de los tantos lugares alucinantes que conozco por esa zona.
En mis tantas visitas resultó siempre difícil reunir a la monada, ya a esta edad cada uno tiene su rutina y es difícil salir de la telaraña que sin darnos cuenta nos fuimos armando. Por más que los años dorados mientras duraron parecieron eternos, las obligaciones y horarios que creamos nos terminaron convirtiendo en prisioneros. Con nosotros me incluyo chamigos.
Entonces apliqué una táctica nueva que funcionó de maravillas, inspirada por la salida de la primer noche con el Caruso a la Laguna de Los Padres (en el anterior capítulo). Hice privadas. En vez de perder tiempo organizando un difícil encuentro colectivo, durante los distintos días que estuve allá los fui visitando de a uno, cargándolos en la Morocha y llevándolos de joda a los lugares que yo quería visitar, mis lugares preferidos de la zona de Mardel. Todo un flazzz.

Con el Kili en la playa del Vivero de Miramar
Primero enfilé para Playa de Los Lobos, en cuyo bosque vive el Kili. Agarré obviamente todo por la costa, La Morocha venía feliz por la avenida en zigzag de Varese, Playa Chica, el Parque San Martín, es muy muy copado hacerlo en moto, bordeando las bajadas de pasto y la costa rocosa que tantas anécdotas guarda. La 11 me recibió nuevamente de brazos abiertos una vez afuera de la ciudad. Todo ese tramo junto al mar junto a los Acantilados es hermosísima, y ese día pensaba recorrerlo todo. Avanzaba rumbo a lo de mi amigo con un ojo en el asfalto y otro en el horizonte marítimo que no paraba de regalarme inmensidad. Y ese vientito de mar que ya te cambia el ph de los pulmones...
Llegué a lo del Kili ¡una alegría! Al toque le propuse:
- ¿Vamos al bosque oscuro de Miramar?
- ¡Vamoh!
Estuvimos un rato para salir, eso sí. No teníamos horarios apurándonos y el lugar estaba tan lindo bajo esos pinos gigantes que lo disfrutamos. Aunque al Kili yo sí lo tuve que empezar a apurar en un momento sino no salíamos más. Nuevamente viajando en ruta, por segundo día consecutivo, con un amigo de aquellos. ¡Joya! Ruteábamos junto al océano pasando por Chapadmalal, Marquesado y tantas otras playas bajo cuyas arenas se hayan enterrados preciosos recuerdos. Pasamos Miramar y llegamos al bosque oscuro (también conocido como energético, aunque es muchísimo más fiel a la realidad el primer nombre) y entramos caminando a ese mundo escondido.

Vaquitas curiosas mirándonos matear en el bosque

El perro del Kili sacándolas cagando


El Bosque oscuro es un lugar muy particular al que voy esporádicamente desde hace mucho tiempo, pese a que en los últimos años se puso bastante turístico. Ahora se puede encontrar en su entrada hasta una feria de artesanos, lo visitan combis con turistas y está bastante cuidado. En otras épocas, he llegado a dormir en el mismo ¡y hasta me hice un asado! Jajaja qué locura, yo soy precavido con el fuego, pero igual no es recomendable hacer fuego en un lugar único e inflamable como ese... Dicen que las peculiaridades de ese bosque se deben a la alta concentración de ferrita en su suelo. Los árboles tienen la corteza color cobrizo, no hay ni un pasto, casi no entra la luz... ¡ni los animales! No hay pájaros ni insectos, la oscuridad y el silencio dentro del mismo son supremos. Y entrar de noche es acceder a otra dimensión.
Pero ese bosque está muriendo. Varios árboles han caído arrastrando a otros más creando claros dentro del mismo, triste...

Pasos de Capoeira en el Bosque Oscuro
Entramos y estuvimos un buen rato tirando unos pasos de capoeira en la quietud de ese lugar, y después encaramos hacia la costa. Saliendo de ese bosque comienza un bosque más "normal" donde la vegetación es variada, penetra el sol y vive la fauna de la zona, una zona fascinante a decir verdad. Hasta la costa son unos 300-500 metros de naturaleza pura, hasta los médanos, la vastedad de esas playas interminables y el océano como un reflejo del universo que nos tragará y nos multiprocesará para seguir creando maravillas. Un anochecer inolvidable.

El sol escapándose entre las dunas

Amistad junto al mar

Límite entre la tierra y el agua

Los últimos colores
A la vuelta, con los últimos reflejos de un cielo en agonía, entramos nuevamente en el Bosque Oscuro. Había que moverse lentamente y con sigilo, ya que no se veía un culo a dos metros. Además, el silencio reinante era más espeso en la oscuridad, y exigía no ser profanado. Después de un rato subimos a la moto y volvimos a la ruta rumbo a Playa de Los Lobos, la casa del Kili. Cenamos, tiramos fotos del cielo nocturno y nos despedimos. Volví a la ruta 11 de madrugada, era casi el único en esos parajes, digo casi porque me acompañaba la luna recién nacida del mar. No podía seguir de largo sin dedicarle un rato, bajé del asfalto al pasto y así anduve por los bordes de los precipicios recordando viejas épocas de asados y villas cariños frente al Atlántico, hasta encontrar un lugar al borde del abismo donde parar el motor y perderme en el horizonte.

Medianoche en el bosque de Playa de Los Lobos

Madrugada al borde del acantilado

Manejando junto al precipicio, debajo de Orion

CONTINUARA...

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