martes, 20 de mayo de 2014

Interbalnearia parte II

El primer día de un viaje no es el que uno sale de su casa. Pueden en realidad ser dos. Uno, quizás algo difuso, es el día en que uno comienza a planearlo, imaginarlo. Otro, el primer día en que uno despierta en un lugar nuevo, con infinitas posibilidades por delante. El día que partí de mi casa había sido un prólogo, el primer capítulo comenzó al despertar dentro de la carpa en el camping de Punta Indio.
De resaca ni rastros, energía había de sobra para encarar otro día de ruta. Afuera de la carpa dormían tres perros enormes, uno de ellos descomunal. Estaban contentos de verme y fue contagioso. Desayuné esas cosas raras que yo acostumbro comer (aunque yo las vea más naturales que las masivas) y amarré todo a la Morocha como a un caballo para otro día de caravana. Uno de los perros, el que parecía el más joven, corrió loco de contento detrás de la moto unos 500m hasta que se cansó.

Los desconocidos orígenes de la Interbalnearia


Ahora el tema era la nafta. Por meterle pata el día anterior escapando de la noche (pero al mismo tiempo corriendo hacia ella) no le había echado nafta. Haciendo cálculos sobre el mapa, unos 5-10km antes de llegar a la primera estación de servicio se me iba a acabar la joda, ya que por delante tenía la ruta 11 de tierra atravesando una reserva donde quedan los últimos venados de las pampas (junto con un parque en San Luis), y después al llegar al asfalto tenía que atravesar de punta a punta la Bahía de Samborombón en la que no hay NADA. Las opciones eran: 1. Ir a una ferretería en el pueblo que vendía bidones de nafta andá a saber de qué calidad. 2. Volver unos 22km hacia Verónica a una estación. 3. Seguir mi camino y confiar en la Morocha. Opté por la tercera.
Los primeros 50km fueron de tierra bordeando el río rodeados de vegetación en los que me crucé con un gato montés y varias serpientes. El día era de sol radiante, mi sonrisa rebalsaba a mares. La naturaleza me envolvía, lo único que podía pedir era cruzarme con algún venado. El gato montés no se me quiso acercar cuando paré a unos 5 metros de él con la moto prendida y le dije "miyi" o algo así, pero tampoco salió corriendo, me miró de una manera en la que me sentí medio pelotudo y seguí. Todo ese tramo de tierra atravesando la cercana pero desconocida reserva del Samborombón fue lo que más disfruté del viaje, ya que al llegar al comienzo de la bahía esperaba encontrar la seguridad del asfalto, pero me encontré con unos vientos cruzados que mamita! Ya de por sí manejaba inclinando la moto en ángulo obtuso respecto del suelo para contrarrestar el empuje de la inmensa masa de aire, y además con las fuertes ráfagas zigzagueaba peligrosamente. Alguna vez hasta me cruzaron al carril contrario, pero por suerte no pasaba ni el loro. Se notaba el poder del viento huyendo hacia el mar. Paré a orillas del Salado a matear y relajar. Tenía ilusiones de cruzar algún venado, pero no ví más que hormigas. Después de un tiempo lento junto a los reflejos dorados en el fluir acuático, volví a la máquina y los tironeos aéreos.

Parada a matear a orillas del Salado

Ríos fluyendo hacia la bahía de Samborombón
 Crucé un cartel que decía: "Atención. Próxima estación a 135km" y se me frunció, pero miré hacia adelante y a llegar. Y así fue como una vez más la Morocha demostró de qué está hecha. Después de mucho correr y surcar por esa bahía interminable encontramos finalmente una estación justo antes del peaje. Me bajé junto al surtidor con una sonrisa, y no pude evitar ponerme a hablarle de mi moto al playero.
La posibilidad que barajaba era la de pasar la noche en Gral Villegas así que hacia allá partí. Entré al pueblo y me dirigí a las rías. Era una costanera en un delta con puestitos de comida y barcos amarillos. Me senté en uno de ellos a morfar como corresponde, y al flaco que me atendió también le hablé de mi moto. Igual creo que les gusta que les hable de la Moro, la admiración por ese aparatito es contagiosa, ¡con las cosas que ha hecho!

Cerca del desvío a Gral Villegas
Pero ese no era el lugar para quedarme a dormir, yo quería más acción, y sabía que el océano rugiente unos 30 kilómetros más adelante me la podía dar, ¡y no me equivoqué! Terminada de cargar mi panza con combustible, volví al lomo de la Moro en dirección a la ruta, y ahí enfilé para San Clemente del Tuyú, la primer ciudad balnearia. Llegué y encontré camping al toque, desarmé todo lo más rápido que pude, armé la carpa, organicé las cosas, cargué el termo y volví a la moto rumbo a un lugar que no voy a olvidar: Punta Rasa. No quería perderme el atardecer. Los últimos 7km fueron entre los médanos con carteles indicando: "Cuidado, usted puede quedar atrapado entre las aguas", ya que era literalmente una punta de arena de 7km con el río de un lado y el mar del otro. Llegué justo para ver la puesta del sol sobre las aguas, fue sensacional. Me sentí el hombre más suertudo del mundo, ¡justo! Dejé la moto en el último matorral y caminé hasta la punta de la punta. Tenía, a mi izquierda, la desembocadura del río más ancho del mundo, la bahía de Samborombón en todo su esplendor, la curva que llegaba al horizonte recostada sobre el agua violeta, y a mi derecha el mar infinito. No se notaba sobre la superficie una línea divisoria entre el río y el océano, las aguas se mezclaban gradualmente. Lo que se notaba del lado derecho era un oleaje muy pequeño, como de río, pero ya con espuma de mar.

Llegando a Punta Rasa


Faro de Punta Rasa

La Morocha en Punta Rasa

Atardecer sobre las aguas, parado en la punta de la punta, en el límite exacto

La bahía a mi izquierda

Se viene la noche (...y el frío...)


Cayó el sol, se hizo de noche y tenía 50 minutos por delante hasta que saliera la luna que había estado llena la noche anterior. Busqué un reparo entre los médanos, me puse todo el abrigo que tenía porque estaba refrescando mucho y me acosté a hacer una siesta sobre la arena. Me desperté con la luna ya desprendida del horizonte. Al subir un médano la encontré de frente, inmensa y amarilla ofreciéndome una alfombra dorada que surcaba el océano hasta mí. Pelé el trípode y me puse a hacer fotos desafiando el intenso frío. Como ando en moto estoy preparado para las bajas temperaturas, así que ese no fue el tema de la noche. El tema fue el lugar en el que estaba, un lugar único. Después de las fotos caminé un buen rato por la orilla y por los médanos hipnotizado por la noche que me invadía sacándome de encima las costumbres y el pasado. Todo era ahora.

Experimentos nocturnos, la luz de atrás a la izquierda es el faro
Después de unas horas me dispuse a volver, pero antes decidí llegar manejando por la orilla hasta la punta de la punta y tirar una foto nocturna de ese estratégico lugar. Era una lengua de arena de 10 por 20 metros, entre la dulce y la salá. Paré la moto en la arena con ayuda de una piedrita y desarmé nuevamente el equipo para hacer unas fotos más antes de irme. Parece que olvidé la lección de la noche anterior de que el agua del río sube mucho más rápido que la del mar. Después de un buen rato boludeando con la linterna me dí cuenta que la lengua que nos sustentaba estaba por desaparecer. No había tiempo que perder, ¡no quería perder la moto! Batí el récord de desarmado de trípode, guardé la cámara y el resto en la mochila, prendí la moto y arranqué. Las aguas ya estaban besándole el caucho...

En la punta de la punta, agua dulce de un lado y salada del otro


Nuevamente en San Clemente busqué un lugar calentito donde una cerveza y unos sorrentinos a la bolognesa fueron el elixir de mi existencia. Y a la salida entré corriendo a la heladería de enfrente cuando estaban a punto de bajar la persiana. Me tomé el helado en la placita disfrutando el placer de mimarse y por última vez en ese día largo me puse el casco. Llegué al camping, me metí en la carpa y caí dormido en cuestión de segundos. Pero a mitad de la noche me desperté, hacía un frío que ni te cuento. Me puse la campera dentro de la bolsa de dormir, pero igual sentía cómo lentamente se me enfriaba la espalda, lo cual no es bueno. Así que agarré una bolsa de consorcio que guardaba para la lluvia y me envolví el torso preparando mi cuerpo para el próximo capítulo de este viaje.

CONTINUARA...

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