Los últimos días en San Marcos Sierras visité Ongamira (un lugar con la
onda de Cerro Colorado por esos cerros misteriosos que albergan pinturas e
historias de antes del tiempo), el Río Quilpo (una delicia en las tardes de
calor, ya que por bajar desde las Altas Cumbres posee caudal todo el año y al
no pasar por ningún asentamiento humano sus aguas son puras) y la Quebrada del
Río San Marcos el último día. El río estaba bajo y con poca agua, pero encontramos
una olla profunda y nos quedamos largo tiempo abrazados
románticamente con el agua hasta las tetas, despidiéndonos de quienes supimos
ser en ese inolvidable pueblo cordobés, donde comprendimos una nueva forma de
vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos. La salida del agua ya
no fue tan romántica... ¡porque teníamos los pies llenos de sanguijuelas! ¡¡Híjole!!
Yo sentía como "cosquillitas", pero miraba desde arriba y pensaba
eran pastitos. Me frotaba un pie contra el otro y no les daba bola, hasta que
vi que uno de esos pastitos ¡¡se movíaaa!! Era difícil sacarlos, eran como
gusanitos chiquititos que no soltaban por más que uno tirara de ellos, la única
manera era pasar con fuerza la uña por la piel, y salían. Tardamos bastante,
eran muchísimas. Pero la sorpresa fue cuando, al imaginar ya habían salido
todas, abrí los dedos de mis pies... ¡¡Adentro habían unas grandes y negras!!
Puaj... Luego averigüé se acumulan cuando hay poco caudal y el agua se estanca,
cuando el río sube se las lleva. Después subimos al cerro de la cruz para ver
el atardecer sobre el pueblo y grabarnos esa hermosa última imagen en la
retina. Mientras contemplábamos la transición eterna entre el día y la noche, la
voz de una chica cantando coplas se elevaba desde la quebrada hasta los
cóndores verdaderos dueños de esos cerros.