Esa mañana desperté aún con más excitación que la anterior: finalmente había llegado el momento de partir hacia Iruya. Desde que tuve el mapa en mis manos por primera vez (segundo paso luego de haber decidido viajar) planeé llegar a este pueblo salteño (porque Salta hace una comba, y está al este de Jujuy además de al sur). Al interiorizarme sobre las particularidades que me esperaban en esta travesía, fue que había comenzado a sentir esa excitación que esa mañana volviendo al mundo de los vivos (o despertando como se dice comúnmente) llegó a su punto cúlmine, combinado con el fuerte dolor de cabeza producido por mi primer día en las alturas.
Mi idea era partir a las 9AM para ir con tiempo, por cualquier cosa que pudiera llegar a pasar, pero con sorpresa me terminé descubriendo a mí mismo arrancando casi al mediodía. Entre que desayuné, armé alforjas, fui a comprar provisiones, a cargar nafta, a boludear, se me hicieron las 11, y todavía tenía que meter la cebolla en el filtro de aire. Varias opiniones escuché afirmando que media cebolla en el filtro de aire oxigena más al motor, así que ese día haría la prueba. Con el sol ya alto y fuerte, a un costado de la estación de servicio la corté al medio y abrí el compartimiento de herramientas para sacar el destornillador philips, pero en vez de eso encontré un ramo de flores oculto desde Buenos Aires. A causa de esta maniobra estratégica para evitar bardos aeroportuarios, quedé de alguna manera desprotegido (como si viajar en moto no lo fuese ya suficiente) sin ninguna herramienta para emergencias ni cebolla que me oxigene. La cebolla quedó en la estación de servicio, yo me fui a Iruya.
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Primera parte, asfaltada |