Mi segundo viaje en moto fue más ambicioso aún, ya que si bien contaba con mucho menos tiempo, me las ingenié para mandarme otra travesía del carajo. Nueve míseros días era lo que conseguí para mayo del 2012, pero teniendo en cuenta de que un mes antes había viajado al paraíso de Ubatuba, en Brasil, no me podía quejar ni pedir más, sino más bien usar la astucia sobre la base de que siempre es mejor calidad que cantidad.
Me pintó ir a Jujuy, a esos paisajes inolvidables decorados por montañas coloridas que tanto me habían asombrado 15 años atrás. ¿Pero cómo recorrer Jujuy en apenas 9 días, saliendo encima de Buenos Aires y teniendo que volver viajando a 80km/h? Muy fácil: mandando la moto en camión para que el primer día de vacaciones ya esté allá, y tomarme un avión para llegar en cuestión de dos horas, en vez de dos días.
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Catedral de Salta, frente a la plaza principal |
Mandar la Morocha fue la primera aventura. La empresa de camiones funcionaba en un galpón de un barrio que no parecía de este planeta. Ya el nombre de la calle nació para mis oídos cuando lo leí (porque cuando leo, lo que leo lo escucho también). En el mapa aparecía lejano, en la otra punta de la ciudad. Memoricé cómo llegar y me mandé.
Fue una mañana de lluvia eterna y fría. Con el equipo impermeable viajé por una Buenos Aires empapada con el embalaje atado al asiento de atrás como pude. El camino fue largo, no había una manera directa de llegar, tomaba avenidas, me desviaba por calles, volvía a avenidas, y así. Por primera vez transité la solitaria avenida Lafuente, que me fue llevando fuera del territorio conocido. A través del visor del casco en catarata me vi rodeado por un barrio de escombros, era el único ser vivo bajo la lluvia en ese paraje de manzanas con restos de materiales de construcción. Seguí. Una avenida transitada que corté fue la línea divisoria que atravesé para llegar al barrio en cuestión, el del otro planeta.
Estaba formado íntegramente por galpones de expresos de larga distancia. Las calles, atestadas de camiones estacionados o avanzando en todas direcciones bajo la lluvia sin tregua de aquella mañana, eran difíciles de transitar. Por eso sentí que entraba en otro mundo, empequeñecido ante semejante aglomeramiento de caballos de fuerza, mojados.