domingo, 17 de noviembre de 2013

Provincia de Buenos Aires parte VII

Como otras veces, me cuesta sentarme a escribir el último capítulo de cada saga. Algo similar al sentimiento de rechazo que a veces nos invade los últimos días de un viaje, el rechazo de reencontrarnos con un pasado ya lejano que nos caerá encima como un baldazo de agua al mostrarse agresivamente igual a como lo habíamos dejado. Ahí entra en juego nuestra astucia y nuestra voluntad de ir contagiando a nuestro entorno con el cambio que sí sucedió dentro nuestro. Así que ahí vamos, me largo a escribir el último capítulo de esta saga sin saber qué teclitas presionaré en el próximo capítulo, y a ver qué sapa.
Desperté rodeado de montañas a los pies del Cerro Ventana. Con tranquilidad desayuné disfrutando la protección que estos inmensos y longevos afloramientos supieron darme. Luego, siguiendo la rutina que ya me acompañaba, armé las alforjas y las amarré a la moto. Me despedí de los amigos de la noche anterior y partí dejando atrás las verrugas de la tierra rumbo al océano eterno, con la sensación de regresar al origen de las células que durante el transcurso de las eras se agruparon para formarme.

Misteriosa entrada del cementerio de Saldungaray, por Salamone

viernes, 18 de octubre de 2013

Provincia de Buenos Aires parte VI

Había llegado el momento de dejar atrás Carhué y encarar un nuevo destino, pero no sin antes pasar por una fábrica de chacinados de la que había oído nombrar. Después de armar el equipaje salí de raje a buscarla antes de que cierre, ya era de mediodía. Después de un par de vueltas la encontré, vendían los salames por kilo. Compré tres grandotes, uno común y dos con pimentón, después me arrepentí de no haber comprado más. Eran DELICIOSOS. Combinados con el queso gouda de la pulpería de Campodónico, fueron el lujo de los almuerzos en las paradas al costado de las rutas de mi provincia.
Próximo destino: Sierra de la Ventana, un lugar que también desde chico quería conocer. En las escuelas primarias de todo el país se nos enseña sobre la existencia del Macizo de Ventania, de delantal blanco y pelo estilo taza anotaba los dictados en mi cuaderno imaginándome en esa ventana, con vista al planeta. Cuestión que 30 años más tarde, me subí a una moto y enfilé para allá. Decidí no tomar la ruta más directa, la 33 que iba hasta Bahía Blanca. Tuve el disgusto de conocerla manejando hacia Carhué, y no pensaba volver a meter las ruedas ahí. Debido al puerto de Bahía Blanca el tránsito de camiones por esa ruta es insoportable, y como si esto fuera poco, profundas huellas en el asfalto debido al excesivo peso de los gigantes que continuamente hay que gambetear. ¡Con lo prácticos que eran los trenes que en el pasado cubrían todo el país! Muchísima menos contaminación, rutas seguras, en fin, mejor no hablo de ese tema porque me amargo. Preferí entonces tomar la ruta 85 aunque tuviera que hacer un rodeo, pero así iba a poder disfrutar del paisaje y, lo que más me interesaba, el cambio de relieve gradual de la llanura a las sierras. ¡Buena elección!

Antigua estación Sierra de la Ventana

martes, 1 de octubre de 2013

Provincia de Buenos Aires parte V

A esas alturas ya estaba compenetrado en el viaje, esto es algo curioso que acostumbra sucederme cuando ando de caravana. Los primeros días de la travesía llevo dentro de mí parte de mi pasado, de mi lugar de origen, y miro todo desde un punto de vista ligeramente "turístico". Pero cuando me adentro en el camino mi vida rutinaria desaparece detrás del horizonte y cada amanecer es un nuevo nacimiento, en una nueva cuna. Esto comenzó a suceder la primera mañana en Carhué. Mi vida diaria, mi casa, mis cosas, ya no eran parte de mi círculo (imaginario, claro está). Si volvía o no, no importaba. Había comenzado a vivir el viaje con todo mi ser.
Desperté en el departamento percibiendo el peculiar aliento que cada casa en particular exhala, sin parecerse a ninguna otra. Desayuné y salí a caminar rumbo al lago: por fin había llegado el momento de conocer el 2º más salino del mundo.

Ruinas del antiguo matadero, otra de las maravillas de Salamone

lunes, 23 de septiembre de 2013

Provincia de Buenos Aires parte IV

Por tercer día consecutivo, desperté en la bolsa de dormir rodeado de los típicos sonidos de la naturaleza. Motores a explosión, bocinazos y puteadas habían dejado de formar parte de mi entorno natural (por más que en mi casa no los escuche por ser silenciosa, pero sé que ahí afuera, a dos cuadras, están). Abrí la carpa y esta vez los perros estaban ahí, nadie los había echado al amanecer. Todos ellos festejaban el reencuentro, felices de verme, jugando y correteando conmigo, contagiándome la libre despreocupación de no andar imaginando futuros que amenazan ni recordando pasados que reprochan. El camping de Tapalqué, con sus cientos de árboles decorados con los colores del otoño, fue el mejor lugar para desayunar en calma y armonía. Como quien no quería la cosa me preparaba para lo que venía: el día de ruta más largo de todo el viaje.
El destino era Carhué, una pequeña ciudad cerca del límite provincial con La Pampa. No había una ruta de asfalto directa para llegar, por lo que tenía que comenzar alejándome para hacer dos empalmes y ahí sí recién dirigirme hacia allá. En total, iba a recorrer unos 386 km. Con la moto tan sobrecargada de equipaje, más dos personas, y a 80km/h, sabía de antemano que no iba a ser fácil. Lo que no me imaginaba eran los vientos...

Con Lupín, otro motoquero, mi anfitrión en Carhué

lunes, 9 de septiembre de 2013

Provincia de Buenos Aires parte III

Esa mañana amanecí con una mezcla de sensaciones. Una lluvia tranquila bañaba Rauch. Dentro de mi bolsa de dormir desperté lentamente y sin abrir los ojos escuchando el ritmo de las gotas sobre el cubretecho, sintiendo la felicidad desbordante de los vegetales que rodeaban la carpa. La paz que esta situación me regaló prolongó durante un rato la quietud del sueño en mi cuerpo y en mi mente, pero otra sensación comenzó a rebotar dentro de mí haciéndome abrir los ojos: llovía y tenía que viajar en moto, estaba hasta las manos. No quería quedarme un día más en Rauch, tenía varios destinos por delante y principalmente me moría de ganas de volver a salir a la ruta. Por suerte paró de llover a la media hora, y hasta salió el sol. Desayuné con optimismo junto al arroyo y desarmé la carpa imaginando los kilómetros que me estaba por morfar.

Qué lujo che, solos en el camping de Tapalqué

miércoles, 28 de agosto de 2013

Provincia de Buenos Aires parte II

Abrí la carpa de cara al energizante frío de la mañana. Finalmente había llegado el día de visitar el misterioso castillo abandonado del cual había leído algunas historias macabras. Para mi sorpresa, los perros que habían pasado la noche custodiando la carpa (lo sé porque los escuché ladrar varias veces impidiendo que nada se acercara) se habían ido. O los habían echado, lo cual veo más probable, el encargado del camping en su recorrida matinal los debe de haber discriminado por ser de otra especie (como si él no estuviera habitado por miles de bichitos que le caminan por todo el cuerpo alimentándose de su piel). Eramos los únicos del lugar, estábamos entre semana y a comienzos de otoño, si bien estaba fresco estaba muy a gusto con nuestra soledad. Colocar mi carpa cerca de otras es como sentarse en la playa rodeado de gente. No tiene absolutamente nada de malo, pero son lugares que elijo para estar tranquilo, y la gente que visita este tipo de lugares en demasiados casos no deja de lado algunas de sus costumbres para adaptarse a la tranquilidad que busca, sino que trae consigo el ritmo de su vida diaria en la ciudad, como ser el ruido (labial, musical o televisivo) y la luz eléctrica. Cuando yo salgo de la ciudad es para encontrar al planeta como realmente es, no en lo que lo vamos transformando. Por eso, difícil que entre a un camping un fin de semana o si hay mucha gente.

Primera imagen del misterioso castillo

martes, 13 de agosto de 2013

Provincia de Buenos Aires parte I

Más allá de todas las travesías realizadas sobre la Morocha, tengo pendiente aún muchos destinos. Como debe de quedar claro al leer las líneas que conforman este blog, mis ganas de viajar y vivir aventuras son inagotables, por lo que cada vez que consigo días libres para salir a la ruta, la única cuestión es decidir qué rumbo tomar. Para mis últimas vacaciones, de entre todos los recorridos deseados hubo uno que fue respaldado por dos motivos distintos resultando así ser el elegido. Por un lado, siempre tuve curiosidad por recorrer mi provincia, un territorio más grande en algunos casos o casi del mismo tamaño en otros que muchos países europeos. La Pampa Húmeda, tierra de gauchos, pulperías y tolderías en otros tiempos, con mucha más diversidad de paisajes y lugares de interés que lo imaginado, me seducía. Y por otro lado, pese a los viajes que coleccionaron mis pupilas a través del visor del casco a lo largo y ancho de dos años, y pese a la diversidad de rutas mordidas por las ruedas de la Morocha surcando tantos lugares maravillosos y poco conocidos de este país, aún nunca un viaje había comenzado y terminado en el garage de mi casa, ya que al poseer una moto que no desarrolla gran velocidad final y de no disponer nunca de tiempo ilimitado para vivir los caminos que se abrían ante mí, para la ida, la vuelta, o ambas, he llegado a contratar un camión para mandar la moto y tomarme un micro o un avión para llegar rápidamente a destino. Por eso, comenzar y terminar un viaje largo en moto desde y hasta mi casa era una asignatura pendiente, ya que de algún modo sentía que sólo así iba a ser una travesía completa.
Para este viaje planeé también un tour fotográfico con la idea de consolidar un material sobre el que ya venía trabajando: "Paisajes Clásicos de la Argentina", donde una bailarina clásica oficiaba de modelo embelleciendo los lugares a retratar. Por eso es que semanas antes de partir investigué sobre locaciones interesantes donde llevar a cabo dicho proyecto, y recorrí las calles del barrio del Once consiguiendo accesorios para las fotos que ya vivían en estado embrionario en mi imaginación. Hasta mandé hacer un tutú a medida con una vestuarista que trabaja con el Teatro Colón. El viaje pintaba por demás interesante, pero también pesado. Además de todo el equipaje que llevaba siempre (accesorios de moto, de mate, de fotografía, carpa y bolsas de dormir, aislantes, cocina, ollas y vajilla, equipos de lluvia y ropa), tenía que llevar los vestuarios y el equipo de iluminación, todo arriba de la Morocha junto con las dos personas que iban a intentar encontrar un lugar donde sentarse (y una de ellas además conducir).

En el garage antes de salir, sin poder creer la cantidad de equipaje que íbamos a llevar. ¿Y nosotros dónde entramos?

domingo, 28 de julio de 2013

Recorrida Navideña parte II

Despertar junto a las sierras tiene otro color, ya que uno imagina que en algún momento de ese día que comienza estará más cerca del cielo, viendo desde arriba la superficie alfombrada de este hermoso planeta que nos tocó habitar. Además, abrir los ojos al regresar de las comarcas del sueño y descubrirse en un lugar nuevo es muy parecido a lo que deben sentir los reptiles luego de cambiar la piel. Viajar es una renovación constante.
Estaba hospedado en "La Nave de Los Locos", un lugar ameno con gente muy buena onda, que para mi sorpresa tenían juguera. Salí en ayunas a buscar una verdulería a comprar zanahoria, apio, manzana verde, zapallo, etc. Pasé estos vegetales al estado líquido y fueron un baldazo que me despertó por dentro y me llenó de energía, me subí a la moto y salí a pasear. Encaré para el cerro Centinela, elegido al azar en un mapa que me dieron en la oficina de turismo frente a la plaza principal. Buena elección, para llegar tuve que hacer algunos kilómetros de ruta zigzagueante entre las sierras. Dejé la moto y subí. Anduve tirando algunos autorretratos aprovechando el trípode y dejándome fascinar por la perspectiva de las alturas desde las que los campos infinitos me abrían la mente acostumbrada a tanto encierro, y me subí a una aerosilla. ¡Cuánto hacía que no me subía a una! Fue un verdadero placer dejarme llevar colgando en el aire a la altura de las copas de los pinos. Por suerte era el único turista, allá arriba me alejé del pequeño restaurant y encontré primero una cantera y, después, saltando un alambrado que indicaba claramente "Propiedad Privada - No Pasar", un bosque de cuento de hadas en el que me perdí un buen rato. Llegado el mediodía, en una saliente sobre esas rocas antiquísimas almorcé unos sanguchitos con unos mates dulces y bajé, ya que me tenía que encontrar con el Caruso que salía del laburo.


domingo, 21 de julio de 2013

Recorrida Navideña parte I

Así como en la última saga demostré que con sólo 9 días es posible mandarse una travesía del carajo, en esta ocasión voy a explayarme sobre un viaje de tan sólo 6 días conseguidos gracias a Papanuel, pero que me salió tan redondo que parecieron como 15. Mi idea era ir primero a Tandil (siempre quise conocer dicha localidad y sus sierras) para luego tomar la fabulosa ruta 226 para llegar a Mar del Plata a festejar con familia y amigos una fecha de dudosa procedencia: la Navidad.
El día anterior al viaje los pronósticos no eran alentadores, las altas probabilidades de lluvia formularon ciertos signos interrogatorios en alguna parte oscura de mi cuerpo intentando opacar mi optimismo. Para colmo, por la mañana me quedé dormido. Entre que desayuné, armé las alforjas y vacilé mirando el cielo, salí a eso del mediodía. En esa época vivía con mi querida abuela, quien antes de salir me miró fijo con una leve sonrisa, y asintiendo con la cabeza, me dijo: "La verdad Hernanio, estás loco". Paré en la estación de servicio cerca de casa y mientras hacía la cola para cargar nafta escruté el cielo intentando convencerme de que esos oscuros nubarrones no terminarían uniéndose, sino que el azul les ganaría. Como para darme más seguridad intenté apoyarme en la opinión ajena, así que al playero que le llenaba la panza a la Morocha le pregunté si iba a llover. Desgraciadamente, su respuesta fue ambigua y para nada tranquilizadora. Me subí a la moto y arranqué, pero paré en la siguiente estación unas cuadras más adelante. Me sentía cansado por la caravana tanguera de las noches anteriores, así que me compré una bebida hidratante y me la bajé parado al lado de la moto con todo el equipaje amarrado, desentonando con tres chicas en minifalda que bajaron de un auto brillante al lado mío. Terminado mi refrigerio, arranqué la moto con decisión y subí a la autopista.

Recién llegadito a Tandil, parada a matear y descontracturar junto al lago

sábado, 6 de julio de 2013

Noroeste parte VI

La Quebrada de Humahuaca había sido el paso inicial hacia la irresistible libertad de viajar solo y sin planes, 16 años atrás. En esa época maduró mi necesidad de descubrir el mundo, hice la temporada en Mar del Plata y me fui de mochilero con autorización escrita de mis padres, ya que aún era menor de edad. Durante 6 meses me pasé los días caminando, recorría el lugar al que llegaba y sus alrededores. Era la exploración en su versión más pura. Si bien comencé por los Valles Calchaquíes y de Lerma, en Salta, en la Quebrada había comenzado mi viaje en solitario. En Purmamarca acampaba en la canchita de fútbol, dejando así todas mis pertenencias en un lugar público y abierto sin ningún tipo de inquietud saliendo cada mañana con la idea de llegar a la montaña más alta.
El 1º día no llegué. Rodeé el famoso cerro Siete Colores por el llamado Camino de los Colorados y comencé a seguir el cauce de un arroyo seco hacia su naciente, todo payiba. En un momento se bifurcó y tomé el de la derecha, y al rato me salí del cauce y comencé a trepar. No llegué a ninguna cima, pero alcancé una saliente desde donde estuve horas admirando esta tierra incomparable. Estaba alto y veía a lo lejos el desfile de cerros unos detrás de otros en escalón ascendente, cada uno con un color distinto. Naranjas, rojizos, verdes, azules, amarillentos... mis ojos adolescentes se emborrachaban ante tanta belleza. Al día siguiente volví a retomar el cauce del río seco, pero en la bifurcación tomé a la izquierda. Recuerdo que en un momento encontré una casilla de piedras donde saqué una foto. Poco después de esa casilla comencé a trepar la ladera y a través de la nebulosa de los años lo que más recuerdo es la sensación de llegar a lo que se veía como "cima" para darme cuenta de que era apenas una ondulación y seguía subiendo hasta la próxima cima, que también era otra ondulación, y así incansablemente para mi cansancio. Ya después de mucho subir me llamó la atención encontrar un viejo camino en las alturas, era ancho y podía pasar un auto, de no ser porque estaba abandonado quién sabe hace cuánto con grandes trozos de piedra en el medio, debió de haber sido en alguna época un camino de carretas. Lo tomé y seguí subiendo ahora más levemente hasta que de pronto, detrás de un recodo, explotó para mí la Quebrada en todo su esplendor y extensión. El impacto fue tan profundo que quedé sentado en ese lugar durante horas. Ese recuerdo quedó tan vívido dentro de mí, que el último día en el viaje que hice en moto exactamente 16 años después y que nos reúne en este relato, después de desayunar partí rumbo a las montañas con la esperanza de encontrar el mismo lugar, como quien busca a un viejo amigo en un barrio lejano sin saber si lo encontrará por las calles del ayer.

A ver si lo encuentro...

domingo, 23 de junio de 2013

Noroeste parte V

Desde ahora hasta el fin del viaje la ruta iba a ser siempre en bajada (al menos, eso era lo que yo creía). A diferencia de las lentas y esforzadas pendientes que habíamos tenido que encarar, desde que agarré para el sur la Morocha atravesaba la Quebrada de Humahuaca a toda velocidad loca de contenta por no andar ahogándose ante la falta de oxígeno en las interminables subidas que la pobre se venía bancando desde hacía días. Siendo que esa noche era la luna llena más grande del siglo según me dijeron por mensajito, mi plan era festejarla en Purmamarca recorriendo y fotografiando coloridos parajes nocturnos bajo el plateado influjo de su luz.

Maravillosos colores quebradeños detrás de Humahuaca

Cementerio de Maimará, lindo lugar para pasar la eternidad
Hice una breve parada al borde de la ruta a orillas de Maimará para ajustarme el casco sin siquiera bajarme de la moto, y se me acercó un perro con toda la onda a saludarme. Apenas lo acaricié, ¡se subió a la moto! Increíble, no podía parar de reirme. Arranqué despacito y saltó, pero cuando paré se volvió a subir. Recién en ese momento (y no antes), deseé estar en auto para poder cargarlo, era el perro ideal para mí. Cuando reanudé la marcha y subí al asfalto tomando velocidad, corrió tras de mí empequeñeciéndose con tristeza en el espejito retrovisor.

sábado, 15 de junio de 2013

Noroeste parte IV

Iruya es un pueblo fuera de lo común. Además de su aislamiento debido al tortuoso camino de alta montaña que hay que animarse a hacer para visitarlo, y de estar escondido entre cerros altísimos y escarpados, se asienta sobre una ladera tan pero tan empinada que hasta es difícil y peligroso transitarlo en auto. Y en moto ni te cuento. Es como si el pueblo entero estuviera colgando de la montaña agarrándose con las uñas para no caerse. Para llegar a la "parte céntrica" (1 cuadra) tuve que tomar dos subidas en 1ª armándome de valor. Una vez ahí, dejé la moto cargada y fui a buscar dónde hospedarme. Encontré un lugar con muy buena vista a dos cuadras, pero... ¡dos cuadras más arriba! Esos 200 metros fueron los más empinados del universo, tanto, que es difícil subirlos a pie sin hacer una parada para respirar. ¡Imagínenme mandándome con la moto cargadísima! Me encomendé a los santos y diablos esperando no hacer willy ni que se me pare el motor y me mandé. Obviamente, la morocha llegó cagándose de risa, como siempre.

Iruya escondida entre filosos cerros
La "parte céntrica" de Iruya
Conseguí un cuarto con vista a las montañas. Hay muchos lugares donde alojarse, ¡hasta hay un hotel de lujo! En un lugar como Iruya, eso fue inesperado para mí. Es que Iruya no es la que era. Con sólo decir que la gente al cruzarte por la calle no te saluda... Fue cruelmente invadida por el turismo (con crueldad adjetivo un turismo virósico, que transforma el lugar que alcanza), como toda la Quebrada de Humahuaca desde que la nombraron "patrimonio de la humanidad", llenándose de "hoteles boutiques" y transformando esos pueblos auténticos en auténticos negocios. Yo anduve recorriendo la Quebrada exactamente 15 años atrás, y el cambio que vi en los pueblos fue tan pero tan grande que me alegró internamente el hecho de haberla conocido antes del ocaso de su esencia.

domingo, 2 de junio de 2013

Noroeste parte III

Esa mañana desperté aún con más excitación que la anterior: finalmente había llegado el momento de partir hacia Iruya. Desde que tuve el mapa en mis manos por primera vez (segundo paso luego de haber decidido viajar) planeé llegar a este pueblo salteño (porque Salta hace una comba, y está al este de Jujuy además de al sur). Al interiorizarme sobre las particularidades que me esperaban en esta travesía, fue que había comenzado a sentir esa excitación que esa mañana volviendo al mundo de los vivos (o despertando como se dice comúnmente) llegó a su punto cúlmine, combinado con el fuerte dolor de cabeza producido por mi primer día en las alturas.
Mi idea era partir a las 9AM para ir con tiempo, por cualquier cosa que pudiera llegar a pasar, pero con sorpresa me terminé descubriendo a mí mismo arrancando casi al mediodía. Entre que desayuné, armé alforjas, fui a comprar provisiones, a cargar nafta, a boludear, se me hicieron las 11, y todavía tenía que meter la cebolla en el filtro de aire. Varias opiniones escuché afirmando que media cebolla en el filtro de aire oxigena más al motor, así que ese día haría la prueba. Con el sol ya alto y fuerte, a un costado de la estación de servicio la corté al medio y abrí el compartimiento de herramientas para sacar el destornillador philips, pero en vez de eso encontré un ramo de flores oculto desde Buenos Aires. A causa de esta maniobra estratégica para evitar bardos aeroportuarios, quedé de alguna manera desprotegido (como si viajar en moto no lo fuese ya suficiente) sin ninguna herramienta para emergencias ni cebolla que me oxigene. La cebolla quedó en la estación de servicio, yo me fui a Iruya.

Primera parte, asfaltada

martes, 21 de mayo de 2013

Noroeste parte II

Apenas transitados los primeros metros en moto por la ciudad de Salta, el cambio se notó. Si bien estaba a apenas 1200 metros sobre el nivel del mar, era evidente que el motor tenía menos fuerza, menos reacción. ¿Qué me esperaría cuando alcance los 4000 metros? Tanto mi mecánico como varios motoqueros más me habían recomendado algo que me pareció ridículo al principio, pero quién sabe: poner un trozo de cebolla dentro del filtro de aire para que el motor esté más oxigenado y tenga más fuerza. Llegado el momento de subir hacia Iruya, iba a hacer la prueba, aunque no contaba con que me estaba olvidando las herramientas...

Así comenzaba la ruta 9
Ruta de Cornisa Salta-Jujuy, con vista a un dique
Después de mucho pensar, había decidido llegar primero a Humahuaca atravesando toda la Quebrada, hacer la 1ª noche ahí, y salir a la mañana siguiente rumbo a Iruya. Si sobrevivía a semejante travesía, volvería bajando y recorriendo los otros lugares que tenía en mente. Para ir de Salta a Jujuy hay dos opciones: tomar la autopista como hace todo el mundo, que si bien es más larga es mucho más rápida, o tomar el antiguo camino de cornisa, una ruta angostísima entre las montañas, literalmente con cornisas, llena de curvas, subidas y bajadas. En otros tiempos fue la única ruta directa que conectaba ambas ciudades, no puedo imaginarme cómo harían los camiones para transitarla, escuché que hubieron numerosas muertes por accidentes. Pero conociéndome, imposible tomar la autopista sabiendo que tenía la opción de ir por las montañas, aún cuando después de llegar a Jujuy tenía que subir todavía hasta la quebrada de Humahuaca y atravesarla de punta a punta...

Ruta de cornisa, asombrosamente angosta

sábado, 11 de mayo de 2013

Noroeste parte I

Mi segundo viaje en moto fue más ambicioso aún, ya que si bien contaba con mucho menos tiempo, me las ingenié para mandarme otra travesía del carajo. Nueve míseros días era lo que conseguí para mayo del 2012, pero teniendo en cuenta de que un mes antes había viajado al paraíso de Ubatuba, en Brasil, no me podía quejar ni pedir más, sino más bien usar la astucia sobre la base de que siempre es mejor calidad que cantidad.
Me pintó ir a Jujuy, a esos paisajes inolvidables decorados por montañas coloridas que tanto me habían asombrado 15 años atrás. ¿Pero cómo recorrer Jujuy en apenas 9 días, saliendo encima de Buenos Aires y teniendo que volver viajando a 80km/h? Muy fácil: mandando la moto en camión para que el primer día de vacaciones ya esté allá, y tomarme un avión para llegar en cuestión de dos horas, en vez de dos días.

Catedral de Salta, frente a la plaza principal
Mandar la Morocha fue la primera aventura. La empresa de camiones funcionaba en un galpón de un barrio que no parecía de este planeta. Ya el nombre de la calle nació para mis oídos cuando lo leí (porque cuando leo, lo que leo lo escucho también). En el mapa aparecía lejano, en la otra punta de la ciudad. Memoricé cómo llegar y me mandé.
Fue una mañana de lluvia eterna y fría. Con el equipo impermeable viajé por una Buenos Aires empapada con el embalaje atado al asiento de atrás como pude. El camino fue largo, no había una manera directa de llegar, tomaba avenidas, me desviaba por calles, volvía a avenidas, y así. Por primera vez transité la solitaria avenida Lafuente, que me fue llevando fuera del territorio conocido. A través del visor del casco en catarata me vi rodeado por un barrio de escombros, era el único ser vivo bajo la lluvia en ese paraje de manzanas con restos de materiales de construcción. Seguí. Una avenida transitada que corté fue la línea divisoria que atravesé para llegar al barrio en cuestión, el del otro planeta.
Estaba formado íntegramente por galpones de expresos de larga distancia. Las calles, atestadas de camiones estacionados o avanzando en todas direcciones bajo la lluvia sin tregua de aquella mañana, eran difíciles de transitar. Por eso sentí que entraba en otro mundo, empequeñecido ante semejante aglomeramiento de caballos de fuerza, mojados.

viernes, 3 de mayo de 2013

Litoral parte IV

A la mañana siguiente salí de ese pueblo que me retuvo de tan extraña manera para encontrarme con una ruta en pésimo estado perdida en la selva, la ruta 20. Tenía que manejar con mucho cuidado, ya que después de varias de sus tantas curvas, subidas y bajadas se escondían pozos tremendos que amenazaban con poner fin a mi viaje, si no a mi vida. Eso no fue un problema, el problema fue el camión de aquel día. Yo tengo buena onda con los camioneros, generalmente manejan códigos basados en el respeto y la precaución, pero como siempre, hay excepciones. Después de una curva pronunciada, lo vi. Un camión viejo en esa ruta perdida, éramos nosotros dos en kilómetros a la redonda, de a poco me le fui acercando. Siendo que yo venía más rápido, intenté pasarlo en las pocas rectas que encontré, pero no me dejaba. Cada vez que me cruzaba al carril contrario y me ponía a la par suya, subía la marcha sin importarle la suerte de la pequeña moto junto al monstruo.

Vista desde la ruta a Andresito
En una recta un poco más larga me volví a mandar decidido, acelerábamos los dos al taco ya que nuestras velocidades finales eran casi iguales, y el guacho por algún motivo no quería que lo pase. Aunque íbamos a las chapas, lo fui pasando lentamente hasta que me le puse adelante, y ahí vino lo peor: se me pegó. Venía detrás mío pisándome los talones. Veía semejante masa metálica por los retrovisores como una bestia con dientes de hierro intentando alcanzarme. Ahí fue donde tuve que decidir: el orgullo o la inteligencia. Ganó la inteligencia, claro. Paré a un costado del camino y lo dejé alejarse. Después de unos 15 minutos escuchando los innumerables sonidos de la selva, volví a la ruta y a disfrutar del viaje. 

jueves, 18 de abril de 2013

Litoral parte III

Se ve que yo ya andaba con la idea revoloteando dentro de mi cráneo, porque aquel día que la morocha se puso celosa relatado en otro apartado y que conocí el taller Dos Rueda, mientras Pablo me solucionaba el problema le pregunté:
- ¿Con esta moto me puedo ir hasta las Cataratas?
Se dio vuelta, sonrió y dijo ¡claro!
Tenía muchas ganas de recorrer esa provincia, desde hace mucho. Conocía cataratas, sí, pero
absolutamente nada más de esas selvas. Por eso, la mañana que desperté con Misiones al alcance de mi mano el sol brilló más radiante que de costumbre. Armé las alforjas bien temprano y salí a la ruta, Corrientes fue quedando atrás en un adiós de hasta la próxima. Al comienzo eran los campos infinitos. Cuando pasé por el empalme de la ruta de tierra que venía desde los Esteros (la que pensaba agarrar originalmente para salir de Colonia Carlos Pellegrini con los primeros 30km/h de arenales pero la lluvia no me dejó), lo miré imaginando la aventura que me había perdido, y no pude evitar dudar de su éxito. Dejé esa idea atrás y aceleré de frente al nuevo cambio en la travesía.
Al norte de Corrientes el terreno ya se empezó a ondular y aparecieron las primeras sierras y campos de yerba mate. La mano venía interesante venía. Hice una parada bajo un arbolito a la altura del establecimiento Las Marías, pocos kilómetros antes de la frontera, para entrarle a la picada con mate. Después de unos minutos de tareas preparativas de los materiales a ingerir, me dispuse a achicarlos y lubricarlos a masticada limpia mientras que mi realidad bajaba su ritmo afinando con el del entorno y me entregué a la contemplación. Me llamó mucho la atención verme rodeado, por toda la extensión del pastizal bajo cuyo único árbol me sentaba, de insectos dedicados a la orgía desenfrenada. Eran una especie de hormiga voladora pero más grande, habían millones, y TOD@S estaban entregados al sexo.

Campos de mate hasta el horizonte

miércoles, 10 de abril de 2013

Litoral parte II

Apenas cruzada la frontera con Corrientes el cambio se notó, esta provincia parecía haber quedado un par de décadas atrás de su vecina. Se notaba tanto en la infraestructura como en el comportamiento de la gente. Me desvié de la transitada 14 por una ruta vieja y casi abandonada rumbo a Mercedes. Llamaba mucho la atención ver ñandúes corriendo por los campos, ¡qué lindo! ¿Cómo se las arreglarán con los alambrados? Y pensar que antes estaba lleno hasta en la provincia de Buenos Aires, ¡ahora no se ve ni uno! Morpheus el de Mátrix tenía razón... el ser humano se comporta igual que el virus...

Santuario del Gauchito Gil

Pareja bizarra
En Mercedes es un clásico visitar el santuario del Gauchito Gil, a unos 5km por la ruta. El lugar es más una feria que otra cosa, invadido por innumerables puestos de venta de todo tipo de chucherías además de muñequitos. En el patio central varias parejas bailaban chamamé, y doy fe de que no solamente ninguna de ellas lo bailaba como nosotros lo conocemos, sino que además cada una lo bailaba con su propio estilo, ¡como pasa con el tango! Había una que rayaba lo surrealista, ya que el chabón le metía bien el muslo en la entrepierna a la mujer y la colgaba y revoleaba hasta casi tocar el suelo. Pero a pesar del circo y de mi clásico escepticismo pegué onda con el gauchito. De todas las estatuas de él me acerqué digamos a la principal, una que está sobre un escenario dominando la escena, y le prendí mi palo santo entre las patas. Le humeé un rato las verijas y la espalda y ahí se lo dejé, para que me proteja en toda la caravana que aún tenía por delante. Desde entonces, cada vez que veo el clásico altar señalado con telas rojas a la vera de cualquier ruta, lo saludo con una sonrisa.

miércoles, 3 de abril de 2013

Litoral parte I

Vamos a empezar por el principio, ya que el viaje a Córdoba había sido el más reciente al momento de comenzar con este Blog, pero el segundo viaje a relatar debe de ser el primero que hice con la Morocha.
Feliz con chiche nuevo
A mis 33 años nunca antes había manejado una moto. Al volver de Japón, y después de 7 años dedicados íntegramente a bailar y enseñar a bailar el tango, decidí cambiar de rubro porque estaba comenzando a perder el placer de hacer lo que me da más placer, ¡y eso no podía ser! Así fue que comencé con un laburo normal de 8 horas diarias.
Como quedaba en Zona Norte y yo vivía en Boedo, no aguanté mucho las dos horas y media de viaje por día en colectivo, eso realmente es malo para la salud, pero los humanos somos bichos jodidos, tendemos a hacer lo que nos hace mal, como en este caso amontonarnos. En colectivos, en boliches, o en ciudades, ¿de qué tenemos miedo que buscamos la protección del anonimato?
Entonces fue que pensé en una moto. Obviamente, busqué una que sirviera para viajar y elegí una chopera. Ya desde el mismo momento en que la monté por primera vez descubrí ese incomparable placer que todo motoquero conoce, por lo que desde aquellas primeras épocas imaginé lo interesante que sería usarla para ir al infinito y más allá...

La moto es muy peligrosa, eso lo tuve en cuenta desde antes de subirme. No me podía caer, por lo tanto nadie me podía tocar. Y eso había que mantenerlo SIEMPRE. El primer día que fui a trabajar con la moto y agarré la Panamericana tuve mi bautismo. La autopista estaba muy congestionada, y yo avanzaba en zig zag esquivando autos impacientes. Así venía sin entender demasiado dónde estaba ni qué hacía, hasta que una persona tapada con una sábana, un charco de sangre sobre el asfalto y una moto retorcida me pegaron varios cachetazos, como para que me avive. La moto no es joda, sensibilizate flaco.

Lorenzo Lástima, Parque Pereyra Iraola en mi primer salida a la ruta

jueves, 7 de marzo de 2013

Córdoba parte V

Los últimos días en San Marcos Sierras visité Ongamira (un lugar con la onda de Cerro Colorado por esos cerros misteriosos que albergan pinturas e historias de antes del tiempo), el Río Quilpo (una delicia en las tardes de calor, ya que por bajar desde las Altas Cumbres posee caudal todo el año y al no pasar por ningún asentamiento humano sus aguas son puras) y la Quebrada del Río San Marcos el último día. El río estaba bajo y con poca agua, pero encontramos una olla profunda y nos quedamos largo tiempo abrazados románticamente con el agua hasta las tetas, despidiéndonos de quienes supimos ser en ese inolvidable pueblo cordobés, donde comprendimos una nueva forma de vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos. La salida del agua ya no fue tan romántica... ¡porque teníamos los pies llenos de sanguijuelas! ¡¡Híjole!! Yo sentía como "cosquillitas", pero miraba desde arriba y pensaba eran pastitos. Me frotaba un pie contra el otro y no les daba bola, hasta que vi que uno de esos pastitos ¡¡se movíaaa!! Era difícil sacarlos, eran como gusanitos chiquititos que no soltaban por más que uno tirara de ellos, la única manera era pasar con fuerza la uña por la piel, y salían. Tardamos bastante, eran muchísimas. Pero la sorpresa fue cuando, al imaginar ya habían salido todas, abrí los dedos de mis pies... ¡¡Adentro habían unas grandes y negras!! Puaj... Luego averigüé se acumulan cuando hay poco caudal y el agua se estanca, cuando el río sube se las lleva. Después subimos al cerro de la cruz para ver el atardecer sobre el pueblo y grabarnos esa hermosa última imagen en la retina. Mientras contemplábamos la transición eterna entre el día y la noche, la voz de una chica cantando coplas se elevaba desde la quebrada hasta los cóndores verdaderos dueños de esos cerros.


Cuevas de Ongamira


Majestuosidad de los cerros de Ongamira

Quebrada del Río San Marcos

martes, 26 de febrero de 2013

Córdoba parte IV

Después de un paseo matinal por ese pintoresco pueblo volvimos a la hostería, nos cambiamos, armamos las alforjas, las cargamos en la Morocha, llenamos el termo con agua caliente, y arrancamos. Pero no anduvimos más de 4 metros… Finalmente, llegó el momento tan temido durante casi tres años (desde que nació la Moro): ¡¡¡PINCHAMOS!!! ¡¡Juaaajajajaja, increíble!! Cuántas veces, cuántos motoqueros se asombraban de que NUNCA haya pinchado una goma, y más con los caminos que he recorrido. Pasa que la Morocha no tiene cámara, y por eso se la banca loco. Caminamos unas 10 cuadras en subida hasta la ruta donde tenía su taller el único gomero del pueblo, el cual gentilmente nos llevó con su auto hasta la moto, le sacó la goma trasera, la cargamos en el auto hasta la gomería, le encontró TRES ESPINILLOS CLAVADOS, la arregló, nos llevó de vuelta a la moto y la colocó. ¡Pensar que los gomeros de Buenos Aires ni siquiera aceptan sacarte la goma! Y me salió tres veces más barato que acá…
Queda demostrada la nobleza de la Morocha, con tres espinillos clavados nos sacó de esos barriales del fin del mundo y nos llevó en ruta hasta un lugar seguro antes de perder todo el aire. Si llegaba a quedar en llanta por esos caminos del salar todavía estábamos ahí…


miércoles, 20 de febrero de 2013

Córdoba parte III


Hicimos base en San Marcos Sierras, un lugar para quedarse. Pero mi culo inquieto, sumado a la pasión de La Morocha por salir a correr a la ruta, me llevó a abrir el mapa al 3º día en dicha localidad. Descubrí unas salinas inmensas al noroeste de la provincia compartidas con Catamarca y La Rioja, un lugar ideal para ir a hacer fotos, así que preparé el trípode, los equipos de lluvia y salimos.
No quedaban muy cerca, teníamos horas de ruta por delante. Las montañas paulatinamente quedaron atrás, el paisaje se transformó en montes extensísimos de matorrales y desolación bajo el sol abrasador, internándonos en una ruta solitaria y en mal estado. Cuando llegamos a Deán Funes la historia cambió, porque agarramos la ruta que une Córdoba Capital con San Fernando del Valle de Catamarca. Almorzamos y seguimos (la primer comida completa y elaborada en dos días y medio, ya que nos habíamos adaptado siquiera parcialmente a esto de “vivir de luz”).
Yo había visto en el mapa un pueblo llamado San José de Las Salinas, a unos 3km de la ruta y que aparentaba estar a la vera del salar, pero no fue así. Cuando al fin llegamos, San José era un pueblo donde el tiempo no transcurría, aislado del mundo moderno no había un alma en las calles insoladas. Vimos dos paisanos sentados bajo un árbol, y les pregunté por el camino hacia el salar. Uno de ellos me indicó con acento bajito por dónde seguir, pero el otro acotó mostrando la encía superior limpita:
- Mire que ayer llovió, no creo que pueda pasar, cualquier cosa pega la vuelta…

miércoles, 13 de febrero de 2013

Córdoba parte II


San Marcos Sierras merece un capítulo aparte, es por eso que el anterior quedó trunco. Desde hace ya varios años que vengo escuchando hablar de ese pueblo, y siempre de boca de gente de mi edad y que me cae muy bien. Por lo tanto, el próximo viaje a Córdoba incluiría obligatoriamente dicha localidad.

Vado del Río San Marcos
La última visita a Córdoba había sido mi primer viaje sin mi familia, al comienzo de mi interminable adolescencia, cuando tenía 16 años. Antes de esto, había ido con mis padres y hermana en varias oportunidades, pero siendo un niño, por lo cual conservo pocos (pero bellos) recuerdos. Cuando con mis dos mejores amigos de entonces decidimos irnos los tres a Villa General Belgrano (ya tampoco recuerdo muy bien cómo fue), descubrí una nueva forma de la libertad que desde entonces vengo poniendo en práctica cada vez que puedo, y cuando no puedo, ando pensando en cómo poder. Como yo estudiaba en un colegio alemán, la mayoría de mis compañeros era nietos de alemanes escapados de la guerra. Este era el caso del abuelo de uno de mis amigos que tenía casa allá, y que nos cedió su jardín para que acampemos. Era un hombre ya viejo, que a pesar de estar medio ciego seguía manejando su Ziambretta para desconsuelo de su mujer. Se lo veía amable, tranquilo, quién sabe la historia que escondía detrás de sus párpados, las cicatrices de guerra no creo que cierren nunca.
Si bien no es mi propósito extenderme demasiado en esta visita que lenta pero inexorablemente se desmenuza en las arenas del tiempo (ya pasaron 20 años che, tendré cara de jopende pero…), un suceso de la misma ha quedado marcado a sangre en mi memoria: mi iniciación sexual.

viernes, 8 de febrero de 2013

Córdoba parte I


Y pues heme aquí en mi primer entrada, a las puertas de un relato que con necesidad surge de la punta de mis dedos. Esta mañana lluviosa y Creedence cargándome una energía fabulosa forman la combinación justa para encontrarme con ustedes, de esta manera.
Esta vez me fui de moto a Córdoba con una bailarina a la que no puedo nombrar, ni cuya cara puedo mostrar por esos asuntitos de pareja que a veces terminan mal. En realidad, la moto la mandé varios días antes en mionca como para que, el 1º día de mis vacaciones, ya me encontrara yo bien temprano por la mañana retirándola de un galpón en las afueras de Córdoba Capital, después de haber viajado toda la noche en micro. Me manejé de esta manera ya que 10 días es poco como para perder dos entre la ida y la vuelta para llegar encima con los huesos fosilizados, por lo que había que atenerse al plan: el plan indica que deben destinarse desde el primer al último minuto del viaje al disfrute generalizado. Por eso, una mañana lluviosa días antes del viaje fui a entregar la moto a un barrio que parecía de otro planeta. Quedaba del otro lado de la ciudad, pasando una zona de terrenos baldíos llenos de escombros. El barrio en cuestión estaba formado íntegramente por galpones junto al Riachuelo, por lo que la imagen de esas calles atestadas de camiones conmigo esquivándolos en moto bajo el diluvio fue dantesca.

La Gatrola, alguien que padece mis viajes
Me llamó especialmente la atención que, apenas comencé a hacer las alforjas dos días antes de partir, la Gatrola (mi gata) se alejó al lavadero, subió al lavarropas y me miraba desde ahí, de coté y con cara de orto. Algo que nunca hizo ni volvió a hacer. Estuvimos 10 días afuera, durante los cuales recibió tres visitas. Le costó perdonarme después de mi regreso, casi una semana le llevó acercarse. No me esperaba detrás de la puerta a mi llegada, no se acostaba cucharita conmigo, me miraba con recelo. Ahora, para mi placer, ya somos los de antes. ¡Si me perdonó que, años atrás, la arrojara del piso 11 a una pileta del piso 10! (aunque eso le llevara años perdonármelo).
Como dije, me tomé un micro a Córdoba Capital la misma noche de mi último día en el laburo. Grande fue mi sorpresa al ver la cómica cara de asco que, en la terminal de Córdoba, puso el changarín al alcanzarme uno de mis bolsos desde dentro del baúl del micro. Se había abierto el aceite de motor, adentro era todo un relajo. Más de media hora dediqué a limpiarlo como pude para obtener una mejora de un 50%, es decir, aún estaba viscoso y maloliente el bolso y sus contenidos. El paquete de yerba orgánica y difícil de conseguir, nuevo, derechito a la basura. Ese bolso, que era en realidad una mochila de tanque, lo paseé por todo Córdoba sin poder usarlo.

La Morocha en pañales, emotivo reencuentro en Córdoba